La casa de los patios

La escritura de Susana Cabrera precisaba un recipiente traslúcido, amplio, modificable pero acotado para concentrar pasiones, deseos, delirios, vocaciones irresistibles, vivos y muertos entrelazados, venganzas contumaces, amores rayanos en la locura. Precisaba tener el universo concentrado en una casa con puertas que se pudieran trancar indefinidamente, con pasillos extensos donde circularan sus personajes y fantasmas, con galerías exuberantes, con rincones oscuros y con patios, varios patios que permitieran airear ese mundo subyugante, a veces truculento, siempre atrapante de su novela.

Del tiempo y lugar, no sabemos y poco importa. Quien estudie con atención el texto podrá descubrir pistas que nos llevan a un siglo ido y a un poblado y una casa que recién van descubriendo los portentos de la modernidad.

El ritmo de la novela está marcado por la deriva de las pasiones de las decenas de personajes que la pueblan: quien puede ordenar su propio funeral pues sabe cuándo morirá, quien arrasa los convencionalismos y se incinera en un amor prostibulario, quien muere y quien mata de amor.

Una saga portentosa escrita con pasión, tersura y eficacia.